lunes, 17 de octubre de 2011

Testimonios

Testimonio de Lucía Loiácono, 51 años.

Estaba comenzando mi quinto año de la secundaria cuando estalla el golpe militar. A mis 17 años no tenía una precisa conciencia que había empezado una larga pesadilla, llena de miedos, terror y muerte.
Iba a una escuela privada, religiosa, con un posicionamiento político conservador. Recuerdo que el 24 de marzo del 76, mientras desayunábamos con mis hermanos antes de ir a la escuela, mi mamá comenta con inquietud que los militares habían tomado el gobierno. Nosotros no entendíamos bien que implicancias tendría para nosotros.
Para la escuela nada pasaba. El lema que la atravesaba era “…de ciertas cosas NO se habla”. Sexualidad y política eran dos temas ausentes en el aula…
Pero al año siguiente la pesadilla comienza a tornarse más real.
Decido seguir la carrera de Psicología. Todos los años subsiguientes fueron tiempos difíciles.
Por aquellos años trabajaba en una escuela en la parte de “Guardería para niños/niñas de tres a cinco años” en el horario de 12 a 18 hs. Por eso cursaba en la UBA algunas materias por las mañanas y otras por las noches.
Tengo muy presente la facultad con sus pasillos vacíos... fríos…tristes. Muchos de los desaparecidos eran de esa facultad…yo peleaba entre mi deseo de conocimiento y mis miedos. Algo que caracterizaba esos pasillos era el Silencio. Un Silencio de ausencias, de voces que debían estar en alguna parte clamando…gritando…llorando. Éramos pocos por aula, teníamos miedo de pasarnos los teléfonos…porque… ¿Quién era quién? ¿Quién el compañero? ¿Quién el enemigo? ¿Quién el entregador? Todos éramos sospechosos para todos. Yo no llegaba a dimensionar bien lo que pasaba realmente. Pero me hice amiga de dos sociólogas que estaban cursando esta carrera. Tenían 20 años más que yo y habían transitado otros golpes incluyendo el de Chile. Habían vivido y sabían que significaba luchar con uñas y dientes por determinadas ideas e ideales. Aprendí y comprendí un poco más lo que estaba pasando. También me ayudaron a estudiar con reflexión y criticidad; sobre todo a darme cuenta de todo lo que no me estaban enseñando; y los autores que no se mencionaban ni siquiera como bibliografía optativa en los Programas. Los pensadores y los pensamientos de los cuales se hablaba eran aquellos que no interrogaban al orden social-económico. Al contrario, nos enseñaban aquellas teorías que de alguna manera u otra nos transmitía la idea de ADAPTACIÓN al Sistema y no de cuestionarlo. La Educación que nunca es apolítica nos enseñaba a “aceptar” y a no “rebelarnos”. El “enfermo mental” era un desviado del sistema y no un emergente de un sistema social injusto y expulsivo (más que excluyente).
Los docentes eran personas sin un compromiso con lo comunitario. Adherían a teorías que explicaban las enfermedades por causas individuales y ni siquiera planteaban las causas sociales, políticas y económicas que las sobredeterminaban.
Por aquellos años tomaba el colectivo cincuenta y tres para volverme a casa. Cada noche al salir de la facu tenía miedo a una rutina particular llamada Operativos: consistía en que un grupo armado detenía el colectivo y se atribuía el Poder para revisar nuestras pertenencias. El que no tenía documentos se lo llevaba el patrullero. Igual al que tenía no significaba que no se lo llevaran. Yo ni bien subían empezaba a temblar. Mis apuntes me denunciaban sin yo decir nada. Los escondía. Ponía abrigos encima de las carpetas…o revistas tontas de la época. Transpiraba mientras transcurrían esos minutos eternos…mientras pensaba si esa noche no me iba a tocar a mí.
Y uno se iba enterando de amigos que se iban para sobrevivir…o amigos de amigos que se iban a buscar amparo para esquivar la muerte.
Un sábado había ido a un cumpleaños y conocí a Cecilia M. una chica con chispa que me había llamado la atención por un poncho color bordó con el que había llegado. A la semana se la habían llevado de la casa. Esa había sido la última noche que la vería. Y así era por aquellos años…
Daba miedo caminar por las calles…los Ford Falcon verdes eran amenazantes. Ser joven era sinónimo de subversivo…ni hablar de cierta vestimenta o barba y bigotes en los chicos. La impunidad atravesaba la vida misma. Para ellos la Sospecha era Certeza. La ecuación era joven = subversivo = rebelde = zurdo…y no quiero escribir el resultado.
Pero a partir de Malvinas la cosa se quebró.
Recuerdo la facultad en el año ´83. Era Fiesta, algarabía, conmoción. Se llenaron los pasillos, las aulas, aumentaban los inscriptos y los docentes volvían del exilio. Otras Palabras empezaron a ser nombradas: Justicia, Verdad, Memoria…Vida.
El Silencio propio de los cementerios fue dejando lugar a las voces que habían estado oprimidas. Empezamos a estudiar a autores judíos o de izquierda. Lo único que estaba Prohibido era Prohibir.
Cambiaron los Programas educativos, los contenidos de las asignaturas, se empiezan a realizar pasantías. Lo comunitario surge con fuerza. Cobre importancia lo grupal. Se piensa acerca del análisis en grupo. El Estado de sitio prohibía la conformación de grupos. En los grupos la fuerza se potencia por eso son amenazantes para los sistemas de gobierno autoritario.
En ese clima me gradúo y juro por La Patria trabajar por la Salud Pública.
Estas, entre otras son las huellas que la dictadura dejó grabadas en mí.

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